Introducción: Historia de sexo con una niña pequeña de tres años.
Autor: Pediatra
— Mi mami… —Dijo llorando desconsoladamente la niña.
No importaba. Que llore, nadie la escucharía. Literalmente: estaban en el medio de la nada. Le había sorprendido este lugar porque era una especie de depósito o galpón en el medio del campo –a unos cuantos metros de la ruta para adentro-, que cortaba llamativamente la monotonía poste-vaca-poste a la cual estaba tan acostumbrado en la ruta.
Durante los cincuenta había sido una especie de fábrica de aviones, aunque ahora sólo quedaban partes herrumbradas y piezas oxidadas. Había merodeado el lugar varias semanas antes, y siempre estaba vacío. La ruta, por otra parte, era poco transitada, y llegar al lugar implicaba desviarse unos cuantos metros hacia dentro en un camino de tierra. Era perfecto.
Tiró una frazada en el frío suelo. La niña –que apenas rozaba los tres años- estaba sentada en una caja de madera llorando. Esto lo molestaba: no quería problemas y aparte el ruido lo perturbaba. No le gustaba.
Se acercó a la niña y se puso en cuclillas frente a ella. Temerosa, la niña secó sus lágrimas con sus manitos. Se quiso sonar pero no tenía con qué. El hombre se sacó su propia remera y se la dio como pañuelo. La niñita se sonó y lo miró con miedo. El hombre sonrió: así estaba mejor.
Apenas la tocó nuevas lágrimas asomaron en sus ojos, y el llanto empezó a recomenzar, pero él lo ignoró. Acarició su cabello y toda su carita: acarició sus deliciosos y redondos cachetes, sus pequeñitas orejas, su delicada nariz; olió su largo y hermoso cabello; y luego la besó. Quería probar su lengüita, pero la niña no comprendía. Se la hizo sacar y la miró: qué pequeñita era, qué delicia. Le dijo que tenía que meterla en su boca. Luego la besó de nuevo y por fin la pudo probar, sentirla en su boca, qué rico, sus labios de niñita también eran deliciosos.
Luego le sacó la ropita y la llevó en sus brazos hasta la frazada convenientemente preparada antes. La tendió allí y se deleitó mirando su delicioso pecho completamente plano, jugó un rato con su panza y luego probó su pequeña conchita. Eso le gustaba de las niñitas: la tenían pequeñita y tierna y totalmente libre de pelos.
Mientras la probaba pensó en cómo le gustaría comerla. A veces creía que hasta literalmente. Muchas veces había pensado en comerse una niña, para poder sentirlas adentro suyo. Otras veces sentía lo contrario: quería penetrarlas completamente, llenar con su pene su pequeño cuerpecito y todos sus huecos. De cualquier forma en ese momento quería comerla, sentirla dentro de él: besarla y abrazarla era una buena forma de imaginar cómo se sentiría. Pero no le gustaba la sangre y el sufrimiento, no sentía la menor inclinación a cortarla en pedazos y comerse, primero un brazo, luego una pierna, etc. Esa clase de cosas le daban asco y provocarle dolor a una niñita no era algo que ni remotamente lo atraía. Quería comerla de un bocado, sin sufrimiento: meterla completamente en su boca y tragarla. Abrir la boca y meterla. Limpiamente.
Por eso le gustaban tan pequeñitas: además de ser hermosas cada vez que veía una pensaba que esta sí, que era tan pequeñita que se la podría comer viva. Por supuesto, eso es imposible. Ni siquiera un bebe apenas nacido entraría, y mucho menos una nena de tres años. Era imposible y lo sabía, pero era algo que inconscientemente le atraía.
Abandonó sus pensamientos y volvió a la realidad. La hizo sentarse y sacó su pene. Le mostró la cabeza a la niña y le dijo que sacara la lengua y la lamiera con la punta de esta. La pequeña acercó tímidamente su lengüita a su cabeza y la lamió lentamente. Se notaba que era inexperta la pobre niña, se lo baboseo todo, pero no le importaba, al contrario, se la podría comer con baba y todo a ella. Luego acercó sus manitos a su miembro y la instruyó. Qué linda. Trató de contenerse, pero cuando ya no pudo más eyaculó todo en su carita.
Todas esas mentiras y estupideces del lolicon le habían hecho pensar que podría seguir, pero no: era fisiológicamente imposible. Por más que tuviera ganas de continuar, su pija no respondería por unos cuantos minutos, no importa cuánto intentara. Es inevitable.
Así que la llevó hasta una especie de canilla que sobresalía de una pared, e increíblemente seguía teniendo agua, y le lavó la carita. Disfrutaba de eso, de simplemente tocarla y guiarla. Solamente jugar con ellas le daba placer y lo excitaba.
Esperando, reafirmó para sí mismo la convicción de qué desagradable es hacerle daño a una niña. Esa clase de cosas jamás le habían gustado: pegarles, maltratarlas, hasta torturarlas. Nada de eso iba con él y jamás había podido entender qué tenía de excitante pegarle a una niña. Prefería tratarlas con delicadeza, amor, que es como se debe tratar a una criatura. Jamás les provocaría daño físico adrede. Sabía que habría daños psicológicos, pero eso era inevitable. Si pudiera evitarlos, decirles que todo iba a estar bien, que lo único que quería era disfrutar de sus cuerpecitos y nada más… Sólo quería eso: disfrutar de sus pequeños cuerpitos tan angelicales, nada más, no provocarles daño ni dolor, esa clase de cosas no se le hacen a una niña.
Pasados unos minutos, la volvió a tender en el suelo y la penetró. En ese momento tenía otras ganas: quería llenarla, ocupar con su pene cada espacio de su pequeño útero.
No se había imaginado que su vagina sería tan pequeña. Por supuesto, no conocía nada de anatomía, sino hubiera sabido que el útero de una niña de tres años es minúsculo. Todavía no había penetrado ni la mitad de su pene cuando sintió las suaves paredes uterinas de la niña. Y no le bastaba, necesitaba llenarla completamente, confiaba en que sería fácil, tan pequeña era ella. Siguió empujando y entonces cayó en la cuenta de que la chiquilla estaba llorando descontroladamente, gritando. Lo molestaba profundamente, no podía concentrarse, deseó callarla, y como respuesta empujó más fuerte. Más fuerte. Su pene se agolpaba contra su delicado útero, la niña lloraba más. Empujó, quería llenarla, que su pene la llenara. Más fuerte. El pene atravesó y rompió las paredes uterinas en un descontrolado impulso y ya más de la mitad de su miembro estaba dentro de ella.
La niña había caído como en una especie de coma, sus ojos llorosos estaban como en blanco, su delicada belleza de ángel arruinada. Pero no podía detenerse a pensar, necesitaba seguir; empujó más fuerte y sintió con excitación cómo la cabeza podía sentir las vibraciones del pequeño corazón de la hermosura, la forma en que sentía las vibraciones de sus latidos. Miró su pancita y vio que se notaba el contorno de su miembro en el pequeño cuerpo de ella. Le excitaba aún más la comparación entre él, siendo tan grande, y ella, tan pequeña, era algo hermoso que fuera tan niña, tan bella. Siguió empujando, ya estaba completamente fuera de sí, necesitaba llenarla, que su pija y su semen la llenaran por dentro; trató de seguir empujando, ya estaba casi completamente en su interior. Quería liberarse, eyacular dentro de ella, eyacular dentro de un ángel, liberarse dentro de un ángel.
Más fuerte. Con alocada excitación pudo sentir, por fin, cómo la cabeza de su pene tocaba al pequeño corazón de la niñita, sentía sus latidos al lado suyo. Lo había logrado, y en un momento de felicidad, eyaculó todo completamente dentro de ella y bañó su corazón, la llenó con su pene y su semen, sus líquidos la inundaban, la desbordaban.
** FINAL **
Aviso: Historia basada en fantasia, no hechos reales.